sábado, 12 de abril de 2008

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Música y eterno retorno son temas inagotables y en ese sentido quiero expresar mi sentido agradecimiento a todos Ustedes por compartir sus anécdotas, historias, sentimientos y vivencias conmigo (con todos nosotros). Durante todas estas semanas de silencio forzoso me he logrado nutrir de sus palabras.

Regresando al tema de la música, expreso mi envidia absoluta hacia Don Free por haber él tenido la oportunidad de interactuar con tantos grandes artistas que yo si acaso he visto de lejos y apretujado por las masas en concierto.

De paso, quisiera avanzar una hipótesis bien arriesgada que valdría la pena comentar si Uds tienen tiempo:

El camino tortuoso de los gustos musicales termina llevandonos, inevitablemente, a los ritmos afro cubanos.

La hipotesis tiene un corolario:

Junto a la immersión en Guaguanco, Son, Montuno y otros, nos llega mágicamente la influencia Brasilera, así salida de la nada, quizás de la mano de un Luis Bonfá, o un Vinicios de Morais, disfrazados de nombres más recientes y reconocidos.

Tarde o temprano terminamos seducidos por Cuba y Brasil.

Y para empezar la discusión cuento mi historia personal, y de paso explico el porque de mi fanatismo absoluto por la música de Ruben Blades.

Advertencia, este post es bastante largo, asi que aún tienen tiempo de escapar.

Mi niñes estuvo acompañada de Joan Manuel Serrat y Leonardo Favio. En ese punto no tuve nada que hacer, ellos eran los favoritos de mi padre quien los escuchaba frecuentemente, en particular los fines de semana. El hecho de que ni nombre sea Leonardo nunca fue una sorpresa para mí, desde niño supe que tenía que estar relacionado con el cantante, sospecha que fue confirmada años después cuandos supe de la amistad de mi padre con el artista durante los años en que este último vivió en mi ciudad natal.

Por extension, por esa ley de la vida que dice que todos los hombres terminanos pareciendonos a nuestros padres, amo a Joan Manuel y a Leonardo Favio. Nada que hacer, todo un anacronismo al menos para la generación a la que pertenezco.

Ese forzado inicio musical me marcó para siempre, ya que con el paso del tiempo me fue muy difícil asimilar la música popular en general, nunca le pude encontrar la belleza y la fuerza que Serrat por ejemplo le daba a sus canciones. Por supuesto que en las familiares fiestas decembrinas no faltaba la música para bailar, que en el caso de mi amada Colombia, eran la cumbia (original), paseo, porro y vallenato. En mi ciudad natal, situada en medio de lo queda de los Andes cuando entra a Colombia, no se escuchaba la Salsa ni el Merengue, esos ritmos exóticos no lograban penetrar la infranqueable barrera del proteccionismo económico muy de moda en esos años en las naciones de América Latina.

Así pues que la oferta musical de mi niñes estaba entre Serrat y la Cumbia. Y por más que hacía un esfuerzo mental en rechazar esa música africana, nunca pude. Esos tambores eran hipnóticos, mi cuerpo obedecía a sus instrucciones, era imposible resistirse a bailarla. Desde esos años tempranos mi sangre africana (que en algún lado debo tener) ya se hacía sentir. Suelo bromear cuando afirmo que hay una conexión entre los genes y la música, en particular cuando estoy en compañía de una querida amiga bióloga que se pone roja de la rabia cada vez que menciono esa herejía.

El Rock llega con fuerza, en particular a mi generación, y ese subversivo cultural que llevamos dentro me hace cortar con mis raices, y entregarme al sonido bestial (no al de Ricardo Ray y Bobby Cruz). Afortunadamente a mi me tocó la última fase del Rock cuando ya estaba rayando en virtuosismo, en particular a la cabeza de una banda como Metallica. Esa etapa la disfrute muchisimo aunque duró poco tiempo.

Hago un parentesis. En Colombia (no sé si en el resto de América Latina tambien) existía una ley no escrita que decía que todo familia debía tener al menos 10 hijos. Se pueden imaginar entonces que con más de veinte tíos y treinta primos hay mucha tela para cortar. Mi familia tenía de todo: ingenieros, economistas, monjas, hippies, estafadores, proxenetas y por supuesto contrabandistas.

Uno de esos queridos tíos contrabandistas se especializaba en música, y es así como en unas vacaciones en casa de mi abuela en 1985, descubrí a Buscando America, un album que apenas vino a circular legalmente en Colombia alrededor de 1991 (ocho años después de lanzado). Ya mencioné mi obsesión con Todos Vuelven, pero el album completo es una joya, incluso el único tema con formato para radio: Decisiones, es agradable y está muy bien realizado.

Buscando América produjo un cambio radical en mis actitudes de adolescente malcríado. Por una parte, una canción llamada El Padre Antonio y su Monaguillo Andrés le dió una bofetada total a mi indiferencia con el conflicto interminable en Centroamérica. La canción me tomó por sorpresa, aunque sabía que era alegórica, soló vine a identificar al personaje real hacia el final de los coros cuando Ruben responde:...

suena la campana.... por un cura bueno...
suena la campana.... Arnulfo Romero...

Ese tema me arranca lagrimas aún hoy en día. El asesinato de Monseñor Romero me duele en el alma cada vez que lo recuerdo.

De otra parte, la fusión musical en el Album de ritmos antillanos, brasileros y centroamericanos, abrió una puerta que jamás se ha cerrado. Rubén Blades me hizo descubrir un mundo entero con tan solo siete canciones. Un mundo no solamente musical, sino también lleno de inquietudes políticas, de denuncia, de injusticias, y me dió una buena idea del estado de América Latina, que de otra forma no hubiera podido adquirir debido a la propaganda oficial de derecha que existía y aún existe en nuestro continente (y en particular en mi amada Colombia).

Desde ese día me dediqué a seguirle la pista a Rubén, a encontrar sus producciones anteriores, una tarea titánica aún con conexiones en el bajo mundo. El único album que legalmente circulaba en Colombia era Siembra, esa magistral producción donde esta Pedro Navaja, Plástico, Siembra, Buscando Guayaba y otras más. Ese álbum a diferencia de Buscando America, es salsa pura, de la brava, todas las canciones son para bailar (aunque Ruben se las arregla para enviar un par de críticas sociales con Siembra y Plástico).

En esa era pre-internet, solo se podía encontrar información hablando con los oráculos. Y en esas me pase toda mi adolescencia, hablando con expertos salseros que no sólo me proveian información sobre Rubén, sino también me adentraban más y más en ese bello mundo de la música afro cubana. Mientras mis amigos se la pasaban en los clubs de moda, yo iba de antro en antro esquivando borrachos y puñaladas, buscando información, aprendiendo los nombres, el canon. La noche se convirtio en biblioteca, el baile en escritura, la música en palabra.

Era inevitable, aprendí a tocar percusión ligera, luego vinieron los jam sessions con algunos de mis nuevos amigos, finalmente la banda, un pequeño cuarteto de cuerdas y congas, y sin darme cuenta ya andaba con orquesta completa con sección de vientos, bajo, piano, coros y cantante.

Una bella y rumbera etapa de mi vida, que tuve que dejar atrás durante los años de Universidad, aunque la banda se siguió reuniendo los fines de semana solo por el placer de hacerlo y para un público más selecto y reducido...

Uff esto está muy largo, continúo después si no hay problema.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Música y baile siempre fueron inseparables en la vida de mi familia. De hecho, vivíamos del baile gracias a una escuela que mi padre fundó en 1947, y en donde lo mismo se enseñaban bailes de salón (danzón, blues, fox trot), que los ritmos populares urbanos (cumbia, salsa, tropical).

Mi infancia transcurrió entre el uno, dossss, tres, al compás de alguna melodía surgida de los LP (discos de vinyl) con los que ensayaban los alumnos.

A mi padre lo desquiciaba ese nuevo ritmo llamado "salsa", que como todos los nuevos bailes, venía de los barrios populares de la ciudad.

A principios de la década de los 80, del siglo pasado, la salsa se esparcía de manera subterránea en barrios como Tepito y la Guerrero. Y su difusión corría por cuenta de uno de los padres e iniciadores del movimiento sonidero de la ciudad: La Changa.

Como los jóvenes del pueblo eran excluidos del fenómeno disco en las más elitistas discoteques de la Ciudad de México, a los fundadores de La Changa se les ocurrió que podían llevar bocinas, twiters y luces a la calle. Así fue como La Changa, de manera itinerante, inició un periplo que perdura hasta nuestros días, y planteó una opción para los jóvenes de los barrios. Al mismo tiempo, La Changa se distinguió por difundir en sus "tocadas" (algunos los conocerían como conciertos) un ritmo pegajoso llamado Salsa.

Así fue como llegaron los primeros salseros, en versiones LP, y no por la difusión de las estaciones de radio, procedentes de Estados Unidos. Los jóvenes de aquellos tiempos se encargaron de crear los pasos para bailar el nuevo ritmo.

Uno de los aciertos de La Changa fue el de dar a conocer a los "nuevos" salseros, entre ellos a Rubén Blades. Cuando Siembra llega a la radio, una amplia mayoría de jóvenes marginales ya conocían al músico panameño, y gustaban del alto contenido social y anecdótico de sus canciones, que aún cuando ocurrían en los callejones de Nueva York, o en alguna provincia de Centro o Sudamérica, no se alejaban de lo que sucedía en las calles de México.

Por La Changa conocimos a Rubén Blades, y desde entonces lo reconocimos como uno de los mejores músicos compositores del género que había llegado para quedarse para siempre.

Aunque en efecto Siembra es una salsa pura, es de mucho mejor factura que Sembrando América, tanto por la calidad de la composición como por los arreglos, y por la inclusión de artistas como Willie Colón.

El acierto de Blades fue denunciar a través de sus letras una realidad sofocante, cruda, con lo que se convirtió en un músico activista. Ese activismo lo acercó a nosotros, a nuestro gusto y nuestro corazón. No es una coincidencia que amemos a los artistas que se involucran con las causas sociales, y por consecuencia se conviertan en opositores de regímenes totalitarios.

Ese activismo llevó a Rubén a contender por la presidencia de Panamá, pero perdió el camino cuando aceptó ser secretario de Turismo de un heredero de la dictadura.

Es probable que Rubén haya perdido el rumbo de su música, pero el legado que dejó a los músicos de Salsa es enorme, pues le quitó lo trivial a un ritmo que tiene una fuerza que estremece hasta la más recia sensibilidad.

XFile

Anónimo dijo...

Hola, tod@s, hola, don Leov.
No tiene nada que envidiar, mi estimado, sino regañarme por no haberles preguntado cosas más interesantes a estos salseros, dada la magnífica oportunidad.

Por otro lado, le diré que los vasos comunicantes de los asuntos del blog son curiosos: la única radio latina en Toronto (1610 AM) y la comunidad salvadoreña, conmemoraron recientemente el aniversario luctuoso de Monseñor Arnulfo Romero. Y, con frecuencia, durante el final del invierno, el correspondiente spot publicitario cerraba con el conocido estribillo de Blades "suenan las campanas/por un cura bueno/suenan las campanas/por Arnulfo Romero...".

Small world.

Y por tercer lado, me enorgullezco de haber interpretado con mi combo rockero-trovero-rupestre,-mal que bien, virtuosa o desastrosamente- desde algunas melodías del maestro Blades, del Grupo Moncada, de jazz latino (Poncho Sánchez, Clare Fisher et al.), pasando por lo más tropicoso del Canto Nuevo (Tío Caimán, La Batea -Quilapayún-, Alí Primera, Grupo Viraje, etc.) hasta casi caer a la salsa comercial y música tropical de salón, con otros grupos ya no tan idealistas, para mil fiestas en los tiempos duros y mercenario$.

Son con comezón. Y, como decimos en México, no cabe duda que "lo" música se lleva por dentro.

Tan, tarán, tan-tan.

Sir Freevolo.

Anónimo dijo...

Hola

La primera vez que oí hablar de salsa fué cuando tendía 8-9 años aprox. y miraba los sábados en tv películas argentinas o latinoamericanas, donde aparecían Blanquita Amaro y Amelita Vargas.

La música, el modo en que bailaban, su ropa, el pelo de la Amaro, las piernas que mostraba..todo me parecía fascinante.

Mi papá solía decir que Blanquita Amaro se parecía a mi mamá. Ella luego de inflar el pecho y disimular una sonrisa de satisfacción, se daba vuelta "molesta" y pedía que se cambie de canal mientras hacía comentarios prejuiciosos sobre los tajos en las polleras, escotes y tacones que usaban.

Las actitudes contradictorias...

Mi papá luego de mirar satisfecho a las para nada anoréxicas artistas, cumplía con el pedido y ponía otro programa (acotando con disimulada nostalgia que cuando conoció a mi mamá, ella usaba el pelo tal cual la Amaro)

Si bien no entendía algunos comentarios pudorosos, yo intuía que era mejor bailar frente al espejo cuando nadie me veía, intentando mantener sobre la cabeza alguna cesta como la Vargas (no sea que me amenacen con mandarme a un colegio de monjas)

De esa época recuerdo a un tío mío que trabajaba en una orquesta típica. Él hablaba de Carlos Argentino, quien a veces lo convocaba cuando le faltaba un músico. Argentino incluía en su repertorio -además de tango- merengues, mambo y otros ritmos tropicales que disfrutabamos en las fiestas de fin de año.

Para esas fechas tolerabamos dos días de nerviosismo de los adultos cuando organizaban las compras de alimentos y donde dormiría cada visita (un fastidio eso de compartir el dormitorio).
Nos tenían a los gritos ordenándonos tareas de limpieza y atención de los hermanos menores.
Luego le seguía un día de relativa paz para los niños ya que los adultos se ponían relajados a cocinar en grupo mientras se contaban chistes, anécdotas y lo sucedido en el tiempo de no visitarse.

Después los días parían familiares desconocidos que llegaban en tanda a festejar; invitados siempre por "el loco" (mi padre).

Comíamos, jugabamos, reíamos y todo el mundo bailaba hasta el amanecer; mi madre y tías se olvidaban de su faceta de la Inquisición y el mundo parecía casi perfecto a ritmo de cumbia, merengue, mambo; nunca diferencié entre ellos. Era música que invitaba, tal como dice la letra de una canción "a mover el esqueleto".
Los grupos de cumbia se oían en los carnavales, en las fiestas.
Entre los más conocidos estaban los Wawancó (no eran argentinos sus integrantes aunque sí residian acá), El cuarteto imperial, La charanga del caribe, La sonora Kalingó, La sonora matancera etc.

Con la aparición de lo pop, rock etc, fue desapareciendo esta música. Solo recuerdo a Chico Novarro y Perico Gomez como argentinos que escribían e interpretaban como solistas, temas tropicales.

Hace unos 8 años la salsa se puso de nuevo de moda. En Buenos Aires abundan las escuelas de salsa.
(Aunque para mí el ritmo y los pasos de baile para nada se parecen a los de hace 40 años atrás)

Respecto a otras expresiones de lo "tropical", esa música tan de "toda" la gente fué degenerando en temas y estilos nada armoniosos, que usan el nombre de cumbia pero que nada tienen que ver con ella, por ejemplo " la cumbia villera" (horrrrible)
Blades acá es muy conocido pero no es un músico que disfrutan todos a pesar de su identificación con lo popular.
Tal como otros autores de música y literatura, Blades ha podido leer el alma de la gente en general y la de los sectores mas sufridos con sus dramas. Pero no toda la gente es capaz de verse en la misma dimensión que lo hacen estos autores y se quedan en un estrato cultural más elemental.

También hace 4 años, me llamó mucho la atención la noticia de que Blades aceptó ser funcionario de Torrijos (h) de quien inicialmente fué OPONENTE en las elecciones. También podría llamar la atención que Torrijos hijo ganó casi sin votos de oposición.
¿Falta de cultura democrática de un pueblo que vivió por decadas dictaduras? Una compleja " libertad" la conseguida por Panamá a comienzo de siglo. Ingenuo creer que la ayuda yanqui era para darles la independencia..., tan ingenuo como pensar que los dictadores llegaban sin el permiso de los "libertadores" de Panamá.

Volviendo a la música:
Como veo que los que comentan son "expertos" en la materia, desearía que me expliquen sobre la diferencia entre salsa, mambo, danzón, son, guajira, cha cha cha y conga.

Nos leemos

Nora